EL POEMA QUE LLEGA TARDE (Poema y vídeo)
Te
escribo hoy para hacer justicia.
Para
que jamás fallezcas con el pensamiento
de que te dejaste el alma en una causa perdida.
De
que libraste una paz en un campo de batalla
y,
aunque tuviste que rendir bandera blanca,
Dejaste
sentido.
Dejaste
esperanza.
Dejaste
ejemplo.
Te
dejaste.
Tan
desde abajo,
tan
hacia arriba,
que
me quedaste.
Sé
que
debí escribirte este poema tres
veces diarias.
Antes
de que fuese...
Debí,
reconocer
esfuerzos,
valorar
permanencias,
alabar
silencios.
Debí
echarte de menos
cuando
no te ibas.
Antes
de que fuese...
Pero
escribo
hoy.
Cuando
el esfuerzo es ya irreconocible.
Cuando
la permanencia es legado.
Cuando
el silencio es impuesto.
A
fuego.
Este
es el poema que llega...
tarde.
El
que estuviste esperando día tras día.«Hola» tras «hola».
Desgarro
tras desgarro.«Respira» tras «respira».«Confía» tras «confía».
El
que vivía en mí día tras día,
pero
que tres
billones de terribles infortunios casuales diarios
basados
en el pánico,
en
la autodictadura,
en
el «me han herido tanto»
y
«te han herido tanto»,
que
«curémonos en salud»,
que
«guardémonos, Señor, de pretender tocar el cielo»
con
las yemas del alma
a
nuestra edad.
Porque
«no sé si tal vez mañana también».
Porque
«no sé si tal vez en tres años también».
Porque
«sé que cuando tengamos 60, seguro que sí».
Porque,
aunque sé que ahora mismo
ojo
con ojo y diente con diente
seguro
que sí,
no
sé si tal vez
yo
te dé todo el brazo y tú me cojas la mano.
No
sé si tal vez mañana, no sé.
Y
entonces hoy, que sé que sí,
hoy
ya no sé si tú sí.
Y
hoy, si tú «sí», no sabré
si
en cien años también.
Y
así, hoy,
media
tú,
medio
yo
y
media vida perdida.
Este
es el poema que llega
tarde.
El
poema que ya no tiene miedo a expresarse cierto.
Pase
lo que pase.
Piensen
lo que piensen.
Duela
lo que duela.
El
poema al que ya no le aterra decirse a sí mismo:«No serías si ella
no fuera».
Y
el que, a su vez, sabe que no podría existir
sin
haber sido evitado antes mil veces.
Llorado
antes cien veces.
Creído
innecesario antes seis años.
Tarde.
Tarde... Tarde.
Sé
que hay que dejarse tiempo. Espacio. Distancia.
Sé
que hay que contar hasta tres,
tres
millones
de veces, antes de escribirle al otro
y
decirle «ni el vacío ocupa tanto espacio como tú».
Sé
que hay que prepararse para la felicidad ajena.
Y,
aunque duela a muerte,
sentir
en el pecho el holocausto
de
ver cómo otro te besa.
Te
acompaña.
Te
camina
mientras
le apoyas.
Le
aguardas.
Le
consuelas.
Le
amamantas los temores.
Le
sostienes las victorias
y
le relativizas las derrotas.
Sé
que ya no es mi momento.
Que
fue y no supe.
Que
fue y creí que seguiría siendo eternamente.
Que
fue y pensé que por lo que te amaba venía dado
y
por lo que te rechazaba ya se iría (dilu)huyendo.
Pero
hoy,
tras
dejarte tiempo, espacio, distancia,
contaría
hasta tres
y, al llegar a dos,
ya
habría ocupado un piso en Mesopotamia
o
en cualquier desierto
y
te diría que lo repobláramos
con
tres
millones diarios de «empecemos de nuevo».
Y
que, por fin,
podrías
amar
al
que se desmonta entre tus brazos
y
no al que se construye por tu espalda.
Podrías
amar
al
que nos atemporalizó
poema
para
que nuestra muerte,
por
fin,
llegase
tarde.
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